frasemia

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viernes, 8 de marzo de 2013

El durazno


(Parte 1)

En las lejanas tierras de oriente vivía un príncipe el cual habitaba un ostentoso palacio, lleno de jardines, fuentes y plazas de mármol. Enormes cúpulas de bronce cautivaban a los viajeros que divisaban esta hermosa construcción a lo lejos. El príncipe tenía cien concubinas, las cuales lo atendían diariamente en sus placeres carnales, jugueteaban en los jardines y degustaban los mejores banquetes del reino. No había más satisfacción para el príncipe que disfrutar de los placeres que los reyes le habían otorgado.

Cierto día se encontraba recostado en uno de sus jardines sobre el cual los duraznos empezaban a dar fruto. A lo lejos escuchaba a las concubinas que disfrutaban de un baño perfumado en una de sus fuentes. Divisó un fruto, pero este estaba demasiado alto, grito a sus sirvientes pero estos estaban demasiado ocupados preparando el banquete de la noche y no lo escucharon. 
— ¿Qué tan difícil puede ser conseguir un fruto? Se pregunto. —Siempre he tenido todo en mi mesa, no es necesario que manche mis ropas con esta insignificancia.
El príncipe se alejó, mientras caminaba pudo escuchar la voz picaresca del fruto que se reía de él. Volteó pero supuso que eran meras alucinaciones. Siguió caminando hasta adentrarse en el palacio tratando de borrar la voz de su cabeza.

En la cena el príncipe busco sobre la mesa algún fruto como el que él había visto, pero fue en vano, faisanes, exquisitas sopas y pescados preparados de cien maneras se mostraban frente a él, pero ningún platillo saciaba su sed de curiosidad. 
— ¿Qué tan difícil puede ser conseguir un fruto? Se volvió a preguntar.
En la noche, mientras trataba de conciliar el sueño percibió el aroma de los duraznos, sitió dentro de sí un golpe en el pecho, una mísera fruta había lastimado su orgullo y eso lo frustraba. Llevaba dentro de sí una herida secreta, una herida que sería motivo de burlas aún fuese un príncipe. Llegó la tarde del día siguiente, el príncipe ordenó se le dejara descansar en los jardines de los duraznos, una vez sintiéndose solo busco entre las ramas el fruto que tanto anhelaba, no podía alcanzarlo, busco alguna rama seca pero los jardines eran limpiados cuidadosamente. Decidió subir al árbol, resbaló en sus primeros intentos por culpa de sus zapatos de terciopelo, embravecido se los quitó y los arrojo tan lejos como pudo, se aferro con sus delicadas manos fuertemente hasta posarse sobre la primera rama, se paró sobre ella y se estiró a más no poder, tomó el fruto en sus manos  y lo arranco bruscamente, al instante la rama sobre la cual se apoyaba se rompió, el príncipe cayó al suelo dándose un duro golpe, sus ropas se habían desgarrado y sus manos y sus pies estaban laceradas por la corteza del árbol.
— ¿Qué tan difícil puede ser conseguir un fruto? Se cuestionó nuevamente mientras lo sostenía en su mano.
Su mejor amigo lo encontró en el suelo casi inconsciente, lo levantó hasta llevarlo a  sus aposentos, la servidumbre y sus concubinas estaban temerosas por la vida de su Señor. 

—No fue nada de importancia, es solo que el príncipe no está acostumbrado a realizar tan tremendo esfuerzo.
— ¡Un durazno, un mísero durazno! ¡Pero si aún no es temporada de duraznos! ¡Qué fruta más amarga fue causa de su desgracia! Pronunció el rey.
Todas estas conversaciones se desarrollaban en el pasillo acompañadas por la risa picaresca de sus concubinas. El príncipe escuchaba desde su cama y poco a poco su orgullo iba siendo pisoteado por las palabras y risas de sus allegados. Ordenó no se le molestara, aun se tratase de su padre, llamó a su mejor amigo, quien desde la infancia lo acompañaba como fiel escudero.
— ¿Que tan difícil es conseguir una fruta? Le pregunto.
— ¿Una fruta? Eso depende de dos cosas, del tiempo y del espacio.
— ¡Tu siempre con adivinanzas!
—No es una adivinanza, hay frutas que solo crecen en reinos lejanos y frutas que pueden crecer en tu jardín pero solo una vez al año. Contestó.
— ¿Y donde ha quedado?
— ¿La fruta? Tu padre le dio una mordida y la escupió en la cara de una de tus concubinas, después la arrojó tan lejos como pudo.
El príncipe miraba a través de su ventana, meditaba sobre su ser a más no poder. Al cabo de unos minutos volvió a preguntar.
—Esa fruta significaba mucho para mí, aun estuviese verde y amarga.
—Pero no era la mejor fruta para ti, en unas semanas podrás degustarlas hasta hartarte. 
—Pero entonces no sería lo mismo, llenaría mi paladar y no podría saborearlas por más que quisiera.
— Fue tu esfuerzo lo que la hizo única. Afirmo su amigo.
— Mi esfuerzo. Pronunció el príncipe mientras dejaba salir un suspiro. — Sentí lo mismo con mi vida,  las concubinas no me saben a nada, nunca guardaron secretos para mí, no conozco más que su apariencia física ¡Quien sabe cual amargas pueden ser en realidad! Son como duraznos puestos sobre la mesa y yo, yo soy como un animal al que se le da de comer en una jaula.




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